Lunes 16 de Julio de 2007
Un pájaro apareció ayer en mi dormitorio. Era un gorrión aturdido, prisionero.
No me explico cómo entró. Creo que nunca se sabe cómo es que entran los gorriones a las habitaciones.
Volaba de mis libros al carril de la cortina. Del carril de la cortina al filo de la puerta. Del filo de la puerta al aparato de aire. Yo trataba de hacerme entender hablándole con diminutivos estúpidos. Pero él, dale con la desconfianza y el terror temblándole en las alas.
¿Qué seremos los humanos para los gorriones sino bestias temibles?
¿Qué seremos para los lobos calumniados, los perros sin nombre, las tortugas ecuestres? Seremos canallas, pues, seremos lo que somos: plaga bíblica.
Así que la bestia que encarno trata de congraciarse, sin éxito, con el prisionero. Porque el prisionero sólo quiere dejar de serlo y porque esa habitación donde creo ser libre recién se me revela, gracias al gorrión, como la jaula que es. Ni dorada ni vainas: jaula nada más.
De tal modo, que la bestia que visto trata de hablar de igual a igual con el otro apresado, el alado apresado aparecido. Pero el gorrión sabe que él está en mejores condiciones que yo. Él es un prisionero de momento. Yo, inevitablemente esclavo por ser humano, padezco la cadena perpetua de las bestias que no vuelan y arman guerras, las bestias que matan en nombre de dioses surtidos y letales, las bestias que llegaron para llenar el mundo de guerras y bocinas.
Vuela el gorrión de mis libros al carril de la cortina. Ahora no percibo miedo alguno en ese pequeño monarca de pecho saliente. Siento que ahora no me teme sino que no quiere tener contacto alguno con la especie que represento. Como si me dijera: "no es nada personal".
Pienso en la clase de mundo que hemos hecho para que la aparición de un gorrión en una casa sea un acontecimiento, una primicia contada por teléfono.
Debíamos estar apabullados de gorriones y no de periódicos que murmuran lo mismo. De gorriones y no de abogados. De gorriones y no de imbéciles que creen que el tanto por ciento los salvará de la huesería. De gorriones y no de gente feliz que va sentada (doblemente feliz) en un tren en reversa. Pero no. Los domingos amanecemos entre periódicos que imprimen las mismas fobias y exaltan los mismos errores y adulan, por lo general, a los mismos almirantes de la misma armada vencida en la guerra que no terminamos de perder. Y encendemos la tele que recomienda las mejores recetas para el chocolate tomado o comido en la terraza del próximo verano.
Es decir, que estamos muy ocupados como para preocuparnos de vivir y tratar con gorriones.Así que como debo escribir esta columna, abro la ventana y unos segundos después el gorrión vuela y escapa de mi jaula. No sé adónde se dirige pero sé que algo me ha querido decir, piadosamente.
martes, 17 de julio de 2007
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