Viernes 20 de Julio de 2007
¿Quién mató a Palomino Molero?
Pues Vargas Llosa, porque es una de sus pocas novelas cortas realmente malas.
¿Quién mató a Julio César Uribe? La huachafería, sin duda.
Vestido con un traje a rayas de aspecto invernal, ensopado por una lluvia tropical, allí estaba Uribe, al pie de la tragedia, dando instrucciones inútiles para frenar a los bolivianos que nos pasaban por encima, se burlaban de flanco y se reían por lo bajo.
Pero era lo de menos verlo disfrazado de ayudante de Lucky Luciano. Lo alucinante era cuando hablaba y parecía hacerlo en nombre del barroco de Grocio Prado, del gótico de Jesús María y de algún Gaudí de arena construyendo su eternidad de quince minutos en alguna playa de Asia.
La huachafería es un sarro peruano que no te lo quitas ni con ácido muriático. Como dijo Vargas Llosa alguna vez -en un célebre artículo donde apuntaba que Scorza era huachafo hasta en la puntuación-, el Perú es huachafo y todos en el Perú contraemos la huachafería al nacer y la padecemos en menor o mayor grado.
Digamos que Julio César Uribe es un huachafo de palmas magisteriales. Porque huachafea cuando se viste, cuando manda, cuando obedece, cuando se calla, cuando habla y hasta cuando no está. Estoy seguro de que sueña en huachafo y es capaz de decirle a su santa esposa que el viernes que viene "tiene un ágape al que no puede faltar".
También llamaría "el deporte del balompié" al fútbol, "capital de la República" a Lima, "miedo escénico" a los carajos de la Bombonera, "el santo Padre" a herr Benedicto y, por supuesto, "el once del Perú" al combinado de acomplejados que siempre nos hace quedar mal. Es decir que haría dueto perfecto con el locutor de Canal 4, ese titán de la huachafería que habla "de la televisión deportiva de la patria" y que llama al gol -el muy maldito- "palabra bendita".
La palabra huachafo -término de origen colombiano divulgado entre nosotros por el escritor apurimeño Jorge Miota, según Peruanismos de Martha Hildebrandt- cubre un amplio espectro de significados pero implica, antes que nada, la impostura de aparentar ser más, tener más o saber más. También supone, como correlato derivado de lo anterior, la urgencia de tener dos vidas angustiosamente paralelas: la pública, donde se construye al personaje que queremos ser, y la privada, donde somos a pierna suelta lo que nos sale del forro. Pero ese es el caso de los huachafos comunes y corrientes, o sea usted o yo, amable lector (¡qué huachafo!)
Los huachaks Récord Guinness -julio César Uribe en el fútbol, Gustavo Pacheco en la política, Iván Thays en la literatura- han superado toda escisión y son huachafos 24 horas al día, ridículos de capirote, tiernos y cursis hasta cuando estornudan.
Porque la huachafería puede ser una segunda naturaleza ya no el sarro sino la dentadura, ya no lo adjetivo sino la sustancia. Y porque detrás de una huachafería sin descanso y con horas extras suele estar una medianía peligrosa que te puede llevar al experimento suicida (caso julio César), a la alameda del dolor (caso Pacheco), o a la complicidad sentimental anética (caso Thays, un tipo que pudo ser autónomo pero prefirió ser el imaginario guardaespaldas de Bryce y su mafia).
Lo que significa que la huachafería extrema nunca es inocente. Encubre, por lo general, a un farsante que podría ser divertido si no fuera logrero y arribista. Así que cuídense de quien les diga que "en los esquemas ofensivos los carrileros pueden ir también en diagonal", huyan de quien confiese que "no toma bebidas espirituosas", estrangulen a quien escriba que "todo quedó como un amasijo de fierros retorcidos”, lapiden en cámara lenta a quien pronuncie las frases "astro rey", "flor de limeña", "orden establecido" y "fuerzas vivas". Y desprecien a los huachafos de la comisión que pusieron a Julio César como entrenador y ahora pretenden pasar piola.
martes, 24 de julio de 2007
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