Martes 10 de Julio de 2007
El gobierno quiere evaluar a los maestros para ver quiénes sobran en ese arte difícil del desasnamiento.
Eso es comprensible. Lo que no es comprensible es que el gobierno diga, al mismo tiempo, que la evaluación magisterial no producirá despidos sino aumentos de sueldo, bienestar para todos y corvinas para un banquete a las finas hierbas.
No, pues, hombre. No se puede mentir y esperar que la mentira sea tragada y saboreada por sus destinatarios. Porque la mentira subleva a veces más que la miseria.
Va a haber exámenes y va a haber evaluaciones. Y las evaluaciones traen consigo calificaciones y descalificaciones. Y eso está bien, porque si no, ¿para qué diablos se somete uno a exámenes? No hay examen sin castigo o recompensa. Y en este caso el castigo será el despido.
El problema no es la evaluación sino quiénes la harán, con qué propósitos, con cuánta imparcialidad. El Apra no garantiza un examen impecable. Sólo una entidad independiente y solvente, ajena al ministerio y al Sutep, podría asumir esa tarea. Pero los tiros no van por allí. El Apra quiere el examen como pretexto para que se le abran las puertas a la caballería de Alfonso Ugarte y sucursales. Allí están el atasco y el diálogo trunco.
No sólo eso está mal. Está peor que el gobierno no haya subido el presupuesto para el sector educación. Sin mejora de condiciones y salarios –mejoras sustantivas y no las que Toledo "regaló" – no habrá oportunidad de sacar a la educación pública de su ya vieja decadencia.
Pero este gobierno quiere buenos profesores a 800 soles por mes, Pestalozzis de a 1,000, Teresas González de dos por medio. Y sin tizas ni pizarrones para las lejanías, sin techo para las cercanías, sin carpetas para el oriente, sin futuro para todos.
Y encima miente este gobierno que se persigna, amoratado, en octubre. Miente tanto como Cipriani, que es la mejor vitamina que hayamos podido tomar los agnósticos.
Yo recuerdo a algunos profesores decisivos. Hermann Buse de la Guerra, por ejemplo, hacía de la geografía una aventura. Con el bohemio profe de filosofía aprendimos algo que era lo más parecido a un método para pensar. Silva se apellidaba y andaba ojeroso como si hubiese empalmado con una noche de adormidera y vainas. Con Rubén Lingán leímos en voz alta La ciudad y los perros, que acababa de salir y que jamás fue quemada en ninguna pira (eso fue un invento afortunado de los editores y el autor, invento convertido luego en leyenda urbana). Antenor Samaniego nos enseñaba literatura de un modo quizás tradicional pero efectivo. Y obligaba a leer y a hacer reseñas que luego compararía para pescar textos donados y castigar con 05 a los culpables. Santillán Arista nos hizo casi divertida la gramática y convirtió en un asunto de honor el buen uso del modo subjuntivo.
Casi todos mis profesores del colegio militar eran autores de textos de literatura obligatoria en la secundaria. Y nunca terminaré de agradecerles lo mucho que me confirmaron la férrea idea que me zumbaba en la oreja desde niño: saber más es un placer que sólo a los humanos nos está reservado; la curiosidad es la madre de todas las batallas de la mente; la lectura es magia: te dan clases los que más saben, conversas con los muertos más ilustres, viajas sin salir de casa, te enamoras de mujeres construidas con párrafos, te enfureces a solas como un loco.
Todo eso se hizo trizas cuando al Perú le pasó lo que nunca dejó de inquietar a Zavalita.
Gobernar no es sólo poner desagües y postas médicas. Gobernar es educar. Porque democracia sin educación es cuento chino, torneo de hipnotizadores, oclocracia (es decir dictadura de la chusma), democracia censal y cuantitativa, montañas de DNIs con hologramas.A ver díganle algo parecido a la Cecilia Drácula esa. Responderá con un memo escrito por un coronel de artillería y un visto y bueno de Giampietri.
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