Jueves 12 de Julio de 2007
Cuando oigo eso de que la judicatura chilena es un ejemplo de independencia, río. Recuerdo entonces los 17 años de Pinochet, cuando los jueces temblaban, los fiscales no contestaban el teléfono, las cortes se cerraban para los perseguidos, la Suprema era un urinario de soldados y los recursos de amparo tocaban en portones que jamás se abrirían. Qué independencia ni qué ocho cuartos. La judicatura chilena jamás pidió perdón por su patética actuación cuando las papas quemaban y a los comunistas se les degollaba a domicilio.
Claro que hubo excepciones, pero sobran los dedos de una mano para contarlas.
No sólo eso. Fue la misma Corte Suprema la que contribuyó a crear la atmósfera del golpe al decretar la ilegalidad de la ocupación de fábricas que eran abandonadas a propósito por sus dueños –embarcados hace tiempo en la conspiración sanguinaria de las Fuerzas Armadas–.
Todo ese sarro de oidores de la vieja capitanía, todo ese portalismo de espadones, está implícito en el texto vergonzoso de Orlando Álvarez. El texto reconoce los crímenes pero difumina a sus autores y borra el clamoroso nexo que ata esas bestialidades a la figura de Fujimori.
Muchos piensan que la mano del gobierno peruano está metida en esto. No se puede probar, pero afirmarlo no es ninguna temeridad.
El peruano-chileno Hugo Otero, según El Mercurio, ha estado haciendo lobby para que Álvarez fallara como ha fallado. A García no le conviene que el matrimonio congresal (y más) con el fujimorismo se disuelva y basta leer el diario La Razón para darse cuenta de que ese amorío de hostal y lavabo con verdín es algo necesario para el Apra 2007 e imprescindible para el fujimorismo hampón de siempre. Además, es cierto que el prontuario político de un Fujimori preso en Lima evocará el prontuario del actual presidente en materia de derechos humanos y ética en el manejo de la cosa pública.
Chile tiene ya 6,000 millones de dólares de inversión en el Perú. La mayor parte de ella vino en la época de Chinochet, cuando el japonés vendía al Perú a pedazos y a precio de ganga. La gratitud de esa gente –empezando por LAN y terminando por Fanny, que acaba de ser chamizada, pasando por la flota comercial chilena de la que dependemos-es eterna hacia el japonés que mandaba matar pero robaba en persona y remataba el país que no era suyo, el país que maltrató a sus padres en 1941. Otra hipótesis es válida también. Si Chile está preocupado por nuestra bonanza de macrocifras as y pebetes sería lógico pensar que sus Portales en vigencia quieren a un Fujimori exonerado de responsabilidades para que regrese al Perú a sembrar el toletole. En el siglo XIX usaron al imbécil de Piérola para esos fines. Y Fujimori no es un traidor involuntario, como Piérola, sino uno que ha urdido su felonía con verdadera vocación. Total, su aspiración a la Dieta japonesa no es sino una salida desesperada para evitar el encierro. Podría dar una vuelta en U por enésima vez y -de confirmarse el fallo en la Suprema chilena- venir a su "segunda patria" "a dar la vida" por nosotros.
El juez Orlando Álvarez ha burlado todos los precedentes que, en materia de derecho internacional sobre crímenes de lesa humanidad, se construyeron en los últimos 20 años. Álvarez también habría liberado a Milosevic de las acusaciones que La Haya admitió a la sombra del ejemplo de Nuremberg. ¿O es que nuestros tres mil desaparecidos no valen lo mismo que los bosnios asesinados por las hordas de Karadzic, el Montesinos de Milosevic?
La señora Bachelet quiere hacernos creer que el juez Álvarez es un santo varón encerrado en su torre del derecho. Que vaya a contarle ese cuento a Condorito. No sería de extrañar que los sectores más duros del chilenismo en armas consideren lo que ha pasado como un as en la manga para futuras negociaciones peruano-chilenas.
Lo cierto, lo que no está en la especulación sino en el cuaderno de bitácora del asco latinoamericano, es que ayer un juez chileno llamado Orlando Álvarez se burló de nuestros muertos como si fuera un Lynch cualquiera, un Lagos a caballo, un Pinochet con toga y sello quinto.
Y lo que es dable ahora es una campaña internacional para presionar a los supremos de la Concertación. Hay que borrar la sonrisa del rostro lombrosiano de Fujimori, de la cara de virrey sin virreinato de Valle Riestra y de las doscientas caras del doctor García.
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